La Cúcuta de Camilo Daza.

La Cúcuta que dio vida a El Aviador era una ciudad que respiraba historia y progreso. Sus calles, adornadas con árboles y flores, eran testigos de los acontecimientos que habían forjado la nación. Allí se había reunido el Congreso de 1821, que había dado vida a la Gran Colombia, el sueño de Bolívar. Allí también se había librado una de las batallas decisivas de la independencia, en la que los patriotas habían derrotado a los realistas. La ciudad había sabido sobreponerse a las adversidades, como el terremoto de 1875, que la había dejado en escombros, o la Guerra de los Mil Días, que la había endeudado y empobrecido.

Cúcuta era una ciudad que vibraba con el comercio y la cultura. Su ubicación estratégica, cerca de la frontera con Venezuela, le permitía intercambiar productos y experiencias con el país vecino. Su ferrocarril, inaugurado en 1910, la conectaba con otras poblaciones del departamento y facilitaba el transporte de café, tabaco, ganado y madera. Su vida cultural era activa y diversa, con periódicos, clubes, bibliotecas y escuelas. Su gente era trabajadora, emprendedora y orgullosa de su identidad.

Cúcuta era una ciudad que se proyectaba hacia el futuro. Sus edificios emblemáticos, como la Catedral de San José, el Palacio del Gobierno Departamental, el Teatro Municipal y el Colegio San José, reflejaban su arquitectura y su espíritu. Su clima, templado y agradable, invitaba a disfrutar de la naturaleza y el aire libre. Cúcuta era una ciudad que se llamaba a sí misma la Perla del Norte, y que tenía mucho que ofrecer al visitante.

Propuesta para dialogar en familia.